La nueva geopolítica digital: cómo la soberanía tecnológica redefine las relaciones internacionales

El nuevo orden tecnológico surge con la lucha por el dominio digital de  China y Estados Unidos

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En la era de la globalización digital, la política ya no se juega solo en parlamentos, cumbres internacionales o despachos diplomáticos. Se juega también en la nube, en los servidores, en los algoritmos. La soberanía tecnológica se ha convertido en una de las claves del poder en el siglo XXI, y los países están redefiniendo sus estrategias geopolíticas para no depender de potencias extranjeras en cuestiones clave como los datos, la inteligencia artificial o las infraestructuras críticas.

España, como miembro de la Unión Europea y actor intermedio en el tablero global, está en una posición compleja: entre la presión de Estados Unidos y China, y el intento europeo de construir una autonomía estratégica digital. En este artículo exploramos cómo la soberanía tecnológica está moldeando la nueva geopolítica global y qué implicaciones tiene para nuestra política nacional.

¿Qué es la soberanía tecnológica?

Es la capacidad de un Estado o bloque regional para tomar decisiones autónomas en el ámbito digital: controlar sus infraestructuras, proteger sus datos, desarrollar su tecnología y garantizar su ciberseguridad sin depender totalmente de actores extranjeros.

Incluye aspectos como:

  • Fabricación de chips y semiconductores

  • Plataformas digitales propias (redes sociales, marketplaces)

  • Nubes de almacenamiento soberanas

  • Inteligencia artificial desarrollada localmente

  • Regulación de algoritmos y datos

En otras palabras, tener el control sobre tu ecosistema tecnológico en un mundo donde la mayoría de las grandes plataformas y servicios digitales pertenecen a empresas privadas y extranjeras.

El poder digital como nueva forma de dominación

La dependencia tecnológica es también una forma de dependencia política. Hoy, un país puede verse afectado si:

  • Se le bloquea el acceso a componentes críticos (como semiconductores o software)

  • Se usan plataformas digitales extranjeras para influir en su opinión pública

  • Empresas extranjeras tienen el monopolio de sus datos ciudadanos

En este sentido, la tecnología es el nuevo petróleo: quien la controla, controla buena parte del poder global.

Estados Unidos y China: los dos polos tecnológicos

La rivalidad entre EE. UU. y China no es solo económica o militar. También es digital:

  • EE. UU. domina con gigantes como Google, Amazon, Apple, Microsoft, Meta…

  • China contraataca con su propio ecosistema: Huawei, Alibaba, Tencent, TikTok…

Ambos países han desarrollado tecnologías clave de forma independiente, protegiendo sus intereses estratégicos y limitando el acceso del otro a su mercado interno.

La “guerra de los chips” entre ambos, o el veto a Huawei y TikTok, son solo ejemplos de cómo la geopolítica digital ya está en marcha.

¿Y Europa?

Europa, y por tanto España, se encuentra en una situación ambivalente: fuerte en regulación, débil en innovación. La UE ha tomado medidas clave:

  • Reglamento General de Protección de Datos (GDPR): pionero mundial

  • Ley de Mercados Digitales y Servicios Digitales

  • Ley de Inteligencia Artificial (primera del mundo en regularla)

  • Iniciativas como GAIA-X, para una nube europea

Pero sigue dependiendo de proveedores externos para gran parte de su infraestructura: Amazon Web Services, Google Cloud, chips asiáticos, etc.

España ante el desafío

España ha comenzado a posicionarse a través de:

  • La Estrategia Nacional de Inteligencia Artificial

  • Planes de digitalización de la Administración Pública

  • Fondos Next Generation destinados a tecnologías disruptivas

  • Fomento de centros de datos y soberanía del dato

Además, se promueve la creación de zonas rurales digitalizadas y polos tecnológicos descentralizados, como algunas iniciativas piloto en Castilla y León, que podrían convertir a ciudades como Segovia en pequeños nodos soberanos.

Riesgos de no avanzar en soberanía tecnológica

  1. Dependencia estratégica: en momentos de crisis, no tener tecnología propia puede limitar decisiones críticas.

  2. Pérdida de competitividad: sin desarrollo propio, el país pierde puestos de trabajo y talento.

  3. Riesgos de privacidad: si los datos están fuera del país o en manos privadas, se pierde control.

  4. Falta de resiliencia: un ciberataque puede paralizar un Estado si depende de infraestructuras externas.

¿Qué podemos hacer como país?

  • Invertir en educación tecnológica desde edades tempranas

  • Apoyar a startups tecnológicas con inversión nacional

  • Impulsar ecosistemas descentralizados más allá de Madrid o Barcelona

  • Exigir interoperabilidad y apertura a los gigantes tecnológicos

  • Regular el uso de datos y algoritmos con mirada ética y soberana

El papel de las ciudades y regiones

La soberanía no tiene por qué ser solo nacional. Ciudades como Segovia pueden apostar por proyectos digitales propios, fomentar proveedores locales, crear redes de datos propias o incluso impulsar tecnologías abiertas.

Ejemplos:

  • Aulas de programación en centros cívicos

  • Plataformas digitales públicas para gestión de servicios municipales

  • Participación ciudadana a través de herramientas soberanas (no Google Forms)

  • Fomento de software libre en administraciones locales

Conclusión

La política del futuro será también la política de lo digital. No se trata solo de conectividad o de tener apps modernas, sino de decidir quién controla la tecnología que estructura nuestra vida cotidiana.

España tiene por delante el reto —y la oportunidad— de avanzar hacia una soberanía tecnológica real. No como aislamiento, sino como capacidad de decidir y proteger nuestros intereses digitales con autonomía y visión de futuro.

Y desde ciudades intermedias como Segovia, la apuesta por el desarrollo tecnológico local puede convertirse en un modelo replicable de soberanía digital territorial.

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