Elecciones y algoritmos: cómo las campañas políticas se adaptan a la inteligencia artificial

La inteligencia artificial entra a las campañas electorales: ¿cómo  impactará en Latinoamérica? | Opinión | EL PAÍS

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La política ha entrado en una nueva era digital, en la que la inteligencia artificial (IA) se convierte en protagonista de las campañas electorales. Ya no es suficiente con mítines multitudinarios, cuñas de radio o carteles en las calles; ahora, los partidos apuestan por algoritmos capaces de identificar votantes indecisos, segmentar mensajes y generar contenidos personalizados que apelan directamente a las emociones del electorado. Esta transformación plantea oportunidades, pero también riesgos que deben analizarse con atención.

Uno de los principales cambios lo encontramos en el uso del microtargeting. Gracias a los algoritmos de IA, los partidos políticos pueden analizar grandes volúmenes de datos provenientes de redes sociales, historiales de búsqueda, interacciones en plataformas digitales e incluso geolocalización para construir perfiles psicológicos muy precisos. Así, en lugar de lanzar un único mensaje general, las campañas se fragmentan en cientos o miles de mensajes distintos adaptados al perfil de cada votante. Esto maximiza la eficacia del mensaje, pero también puede alimentar la polarización, ya que cada persona recibe información que refuerza sus propias creencias sin exposición a puntos de vista contrarios.

Las plataformas más utilizadas para este tipo de estrategias son Facebook, Instagram, X (antes Twitter), TikTok y YouTube. A través de ellas, los partidos despliegan anuncios personalizados que utilizan imágenes emocionales, titulares llamativos y contenidos visuales diseñados por inteligencia artificial para captar la atención en segundos. En países como Estados Unidos, Reino Unido o Brasil, ya se han documentado campañas basadas en el uso de IA para modificar el comportamiento de los votantes, y en algunos casos, generar fake news que aparentan ser contenidos legítimos.

Uno de los desarrollos más recientes es el uso de modelos de lenguaje generativos, como ChatGPT, para crear discursos políticos, respuestas automáticas a comentarios en redes sociales o incluso bots que simulan ser voluntarios o ciudadanos comunes apoyando ciertas ideas. Esta técnica ha sido criticada por diluir la autenticidad del debate público, ya que muchas veces los votantes interactúan con máquinas sin saberlo, creyendo que están dialogando con personas reales.

En países como España, el uso de IA en política aún está en sus primeras fases, pero comienza a despuntar. Algunos partidos ya han invertido en herramientas de análisis semántico para medir el impacto de sus discursos o detectar temas sensibles antes de que se viralicen. También se están utilizando generadores de voz sintética para crear audios políticos sin necesidad de que los líderes graben nada. Estos avances pueden abaratar costes de campaña y acelerar la producción de contenido, pero también abren la puerta a nuevas formas de manipulación.

Desde el punto de vista ético, el uso de IA en campañas electorales plantea varias cuestiones. ¿Es legítimo manipular emociones a través de algoritmos? ¿Dónde se traza la línea entre la personalización del mensaje y la manipulación del votante? ¿Quién es responsable si un bot genera desinformación? Estas preguntas aún no tienen respuestas claras y muchos países carecen de una legislación específica al respecto.

Algunas organizaciones han empezado a exigir transparencia en el uso de la IA durante los procesos electorales. Propuestas como la obligatoriedad de etiquetar contenido generado por máquinas, la limitación de bots políticos o la creación de auditorías independientes para algoritmos electorales están sobre la mesa en distintas democracias del mundo. La Unión Europea, por ejemplo, trabaja en normativas para que las herramientas de IA cumplan con principios de transparencia, equidad y responsabilidad.

Sin embargo, el avance tecnológico va más rápido que las leyes. Mientras los parlamentos debaten, las campañas siguen evolucionando. Algunos expertos proponen incluso el uso de IA ética, es decir, sistemas diseñados para promover la deliberación ciudadana, presentar múltiples perspectivas sobre un tema o fomentar la participación informada. En lugar de utilizar la tecnología solo para ganar votos, se trataría de utilizarla para enriquecer el debate democrático.

Por otro lado, la desinformación automatizada es uno de los mayores peligros actuales. Ya no se trata de un troll en un foro, sino de redes enteras de cuentas automatizadas capaces de difundir miles de mensajes falsos en minutos. Estas campañas pueden alterar la percepción pública de temas clave, destruir reputaciones o incluso influir en el resultado de una elección. La lucha contra esta amenaza requiere colaboración entre gobiernos, plataformas digitales y ciudadanía activa.

En resumen, la inteligencia artificial ya no es una promesa futura en la política: es una herramienta presente, poderosa y, en muchos casos, invisible. Su capacidad para modificar el comportamiento electoral es inmensa, pero también lo es su potencial para hacer las campañas más eficientes, inclusivas y cercanas al votante. Todo depende de cómo se utilice. Por eso, el debate sobre la regulación y el uso ético de la IA en contextos políticos no puede esperar más. Porque el algoritmo también vota, aunque no tenga derecho al sufragio.

 

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